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El Desafío del Estrecho: una prueba de amor y coraje

Una respiración. Tres brazadas. El batido de las piernas. La brisa. El deslizamiento, la resistencia del agua. El cansancio.  Inmerso en el mismo bucle durante casi 5 horas. Expuesto a corrientes desconocidas, a temperaturas dispares, a sensaciones y emociones impredecibles. Va en grupo pero, en realidad, está solo. Es su mente y su corazón en mitad del cruce de dos mares, a caballo entre dos continentes. La insignificancia del ser humano en el planeta que nos acoge y que nos padece.

A través de las gafas, en pleno esfuerzo, nadando en la incertidumbre, la mente busca sus propias certezas. Los destellos del sol perforan la superficie del agua, se abren camino en la densidad del océano y componen su propia coreografía. Un espectáculo visual que acompaña, que reconforta. “Había muchos rayos bajo el agua. Parecía que se te iba a aparecer alguien. No creo en Dios pero sentía una presencia”. Así explica Iván Olivenza aquella sensación, aquella visión que da forma al auténtico motor de su aventura. La presencia que intuye, que siente durante la travesía es la de Nico (nombre ficticio utilizado para ocultar la identidad del menor). En su camino entre Europa y África, entre España y Marruecos, ve su cara, siente su cercanía, su aliento, el propósito de su misión.

Nico es un chico de 13 años que sufre el síndrome conocido como Trastorno del Vínculo Afectivo o Apego. Por él, por su familia, por quienes padecen no sólo sus efectos directos sino las consecuencias de la invisibilidad, de la incomprensión; Iván Olivenza se lanza al mar para recorrer 15’5 kilómetros de distancia entre Tarifa y Punta de Cires. Casi 5 horas de travesía a nado para dar visibilidad a esta enfermedad rara. Lo hace junto a Javier, padre del menor, miembro de la Asociación Petales; y con Jose, componente del Cuerpo de Bomberos de Córdoba.

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“Nos apuntamos unas 10 personas pero a medida que se acercaba el reto, por diversos motivos, se han ido cayendo hasta que nos quedamos 3”. La distancia, la duración, la temperatura del agua, las corrientes… Condiciones muy duras que dan sentido a un reto cargado de simbolismo.

El origen de la aventura

La historia comienza un año antes. Javier, el padre de Nico, llega a Iván Olivenza por recomendación de una madre cuyo hijo (también afectado por una enfermedad singular) fue su alumno. Y es que Iván, de 37 años, uno de los grandes exploradores de Exploramás, ha sido nadador de competición y es entrenador de natación. “He estado trabajando muchos años con discapacitados y con niños con alguna enfermedad”. La madre de su antiguo alumno comprobó en su momento el impacto que tenía en su hijo el carácter especial de Iván, su alegría incondicional, su corazón inmenso, su espíritu generoso, abierto. Y así se lo prescribe a Javier como ‘receta’ para el problema de su hijo.

Los Trastornos del Apego “son un conjunto de disfunciones de comportamiento que aparecen en menores que no han logrado establecer el vínculo afectivo imprescindible para su normal desarrollo en todos los órdenes de la personalidad”. Así lo describe en su web la Asociación Petales, un punto de encuentro de familias que se someten cada día, cada hora, a una exigente prueba de amor.

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“Me pidió que le echara una mano, que le llevara a hacer deporte”, cuenta el propio Iván sobre aquel primer contacto con el padre de Nico. “El objetivo simplemente era que fuera su amigo, que no lo abandonara. No era que corriera un poco más. Que nadara un poco más. La idea era que fuera diversión y algo afectivo”. Iván aceptó y comenzó sus sesiones con el chico. “Los primeros 6 u 8 meses fueron muy duros”, explica Olivenza con los recuerdos aún bien presentes de las crisis del chaval. No era fácil para ninguno. Debían acercarse, comprenderse, aceptarse. De pronto, Nico tenía que admitir la ayuda, el afecto de alquien que no conocía cuando en su hogar ya le costaba hacer lo propio con los suyos.

Pero el corazón es capaz de superar barreras que parecen insalvables. El de Nico y el de Iván. Hoy, pasado ese periodo, “se ha creado algo tan fuerte y tan bonito que ya soy su hermano. De alguna manera, esta terapia, el estar conmigo, se ha convertido en una salida para él”, cuenta Olivenza.

Y así es. Nico no sólo comparte sesiones deportivas con su monitor. Va mucho más allá. Es la vida. “Lo que más le ha tranquilizado es venir a mi casa, comer, conocer a mi familia. Tenemos un entorno familiar. Él me considera su hermano. Mi chica es su cuñada. Mi madre es su madre”.

El desafío: un sueño

A medida que la relación se afianza, Iván Olivenza toma mayor conciencia del trastorno que afecta a Nico y de las consecuencias que padece su familia. Se implica cada día más, asume, entiende la invisibilidad que sufren los Nicos y familias que lidian con este síndrome, su incomprensión, su aislamiento, y acepta el reto que el padre del chico, Javier, le plantea: cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado.

El desafío conecta de inmediato con Iván: un aventurero, un explorador, un alma inquieta que se enfrenta a cada obstáculo con una determinación tan contagiosa como su sonrisa. “Era uno de mis sueños”. Ahora tiene la oportunidad de cumplirlo de la manera que más le satisface: ayudando.

 

La necesidad de conseguir financiación o la tremenda lista de espera que hay para afrontar este reto (la logística requiere de permisos) no son nada comparado con la principal dificultad: la falta de tiempo para prepararse. “Al no tener tiempo lo que hemos hecho es adaptar los entrenamientos a la familia, al ritmo de vida. Fue complicado pero teníamos la cabeza y el corazón para ello”.

Durante días, a lo largo de semanas, Iván, de condición atlética, capaz de aparcarlo todo para recorrer Sudamérica en bicicleta en una inolvidable experiencia, sale a entrenar a conciencia. Empujando el carro de su hijo, suma kilómetros de carrera. El pequeño Marc y su pareja, Sasha, son algo más que testigos de su esfuerzo. Con el aliento de ambos, con su comprensión y apoyo, Iván se adentra en las olas de la costa fuengiroleña para recorrer millas en cada sesión. Un ‘sobre-entrenamiento’ que, a dos semanas del reto, le obliga a parar. “Mi cuerpo gripó”, recuerda acerca de un bajón que no logró tumbarle. “Cabeza y corazón”.

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A las 10.43h del 27 de abril (un día después de lo previsto por el temporal de la jornada anterior), una embarcación les lleva desde el Puerto de Tarifa a un pequeño islote. A Iván, a Javier y a Jose. Desde allí se lanzan al mar y comienzan el desafío. Van los tres juntos pero están solos en su esfuerzo. Cada uno enfrenta su proeza con espíritu y motivación propia. 16.280 brazadas. Con el batido de piernas. Con las respiraciones. Movimiento físico que acaba siendo rutina mientras los pensamientos, las sensaciones y las emociones se convierten en la verdadera hoja de ruta. Es la soledad del nadador en su batalla. La de Nico en su día a día. La de sus padres por tener voz, por lograr comprensión, por conseguir ayuda.

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A las 15.34h llegan a suelo africano. Punta Cires. 4 horas y 50 minutos de recorrido. Un trayecto inolvidable. Concluye el reto pero el desafío, el verdadero, sigue intacto. Una prueba permanente de amor. Nico sigue en la lucha.

Iván, nuestro Iván, no abandona. Dos días después, completa un triatlón en Torre del Mar y continúa sus sesiones junto a Nico. Con su generosidad. Con su alegría. Con su sonrisa. Con su determinación.

VIDEO REPORTAJE DESAFÍO DEL ESTRECHO

* Exploramás es una de las empresas que ha prestado su apoyo para hacer posible este I Cruce Solidario del Estrecho #RetoEstrechoPetales.

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